Cada viernes del año, las puertas de la Basílica de Jesús de Medinaceli se abren para recibir a miles de fieles que buscan un momento de encuentro con Jesús, el Señor de Madrid. Es un ritual cargado de esperanza, un acto de fe que viene de décadas y que encuentra su máxima expresión en el Primer Viernes de Marzo.
Ese día, detenemos nuestra actividad para venerar con humildad y amor a Jesús de Medinaceli. Desde la madrugada, fieles de todas partes, muchos con lágrimas en los ojos y fervor en el alma, hacen fila para besar su pie sagrado. Es un gesto sencillo, pero que encierra la más profunda entrega. No importa el frío, la lluvia o el cansancio; lo que guía cada paso es la certeza de que, en ese instante de contacto con el Señor, las penas se alivian, las oraciones encuentran consuelo, y los corazones se renuevan.
Jesús, con su mirada llena de misericordia, nos recuerda que siempre está presente, esperando que acudamos a Él con confianza. Cada beso es una promesa de amor, una súplica y un agradecimiento. No es solo un acto de devoción; es un diálogo silencioso entre el creyente y su Salvador.
El Primer Viernes de Marzo es un día especial, único. Es el día en que el corazón de Madrid late al unísono, inundado por la luz de la fe. Pero cada viernes, durante todo el año, esa devoción sigue viva, constante, como un faro que guía nuestras vidas hacia el amor infinito de Jesús.
Ven. Besa su pie sagrado. Y deja que su amor transforme tu corazón.
Deja que, en ese acto de amor y humildad, brote de tu alma una súplica sincera, un ruego que conecta con lo más profundo de tu ser. Pide tres favores, aquellos que solo tú y Jesús conocéis, aquellos que pesan en tu corazón y claman por su misericordia. Tal vez sean sueños anhelados, soluciones para problemas que parecen imposibles o el consuelo para almas que amas. Pon tus peticiones en sus manos, con la confianza de un hijo que se abandona al abrazo de su Padre. Y cuando te levantes, siente la paz que solo su presencia puede dar. Recuerda que cada beso es una semilla de fe plantada en el jardín de su amor, y que los favores que pediste no son promesas al aire, sino puentes entre tu esperanza y su divina providencia.
Entonces, agradece.
Agradece incluso antes de recibir, porque la gratitud es el lenguaje que abre las puertas del cielo. Agradece por la fuerza que te da su mirada, por las respuestas que llegarán en su tiempo perfecto, y por el inmenso regalo de poder postrarte ante Él, quien carga con tus penas y multiplica tus alegrías.
Ven. Besa su pie sagrado.
Deja que su amor transforme tu corazón, y que, con esa transformación, florezca en ti la fe que mueve montañas, la esperanza que nunca desfallece y el amor que lo renueva todo. Porque en Jesús de Medinaceli, el consuelo se hace carne, la misericordia se hace eterna, y el milagro se vuelve real.